Todo lo que pasa cuando nada pasa

Ser un fanático de las listas y, además, ser un fanático de la remembranza, ha de conducir al disfrute de un libro como Todo lo que pasa cuando nada pasa. Miguel Ybarra Otín recoge, en 338 párrafos, los recuerdos clave de su existencia, los jirones de su memoria, hitos a veces de minúscula entidad que, sin embargo, conforman la historia de un individuo.

Anaïs Nin, Borges, Perec, Nietzsche, Paul Auster, Poe, Raymond Queneau, como lecturas obligadas, marcan el sendero de citas que delimitan el territorio literario grato a Miguel Ybarra, el territorio que es su vida y que aquí sabiamente relaciona.

Hay una ternura geográfica, una impronta de los muchos lugares vividos, hábilmente entrelazados para configurar el pasado del héroe; Jaca, Sevilla, Francia, Valencia, Padua, Venecia, Suiza, Nueva York, China, Albania, Siria, Líbano, aparecen entre sombras. También, personajes que poblaron su adolescencia, miembros de la familia de sangre que conocieron acontecimientos históricos, cruzan ante un poderoso horizonte.

Y, claro está, la recuperación de lo cotidiano. La niñez, con sus claroscuros; la guardería, la escuela, el hogar, la madre, el padre, los hermanos. Y el presente; su vida adulta, sus viajes, su mujer, Sofía, cerrando una poliantea de contornos laxos, conformando el insólito y genial producto Todo lo que pasa cuando nada pasa, libro con el que Miguel ha inaugurado un nuevo género literario, género que debiéramos definir como Diario Acronológico.

Francisco Ferrer Lerín

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Francisco Ferrer Lerín